lunes, 5 de marzo de 2012

Saymor: Manuscrito episcopal (en 8 octavos): residual,





Son palabras, no las borres, son tuyas. Anuncia, anulándose, el texto. Como si un tercero hubiese mitificado al escritor, alentando su oficio. Uno de los pasajes: cualquier pregunta o interrogante, es una pregunta indirecta del por qué y el para qué. Vivir rebalsa, sostiene, y modifica potencialmente. “Nada. Nunca somos sujetos”. Se lee: antes y después; las virtualidades hablan de una conciencia reflexiva, distrayéndose, como único recreo. La simpatía de las palabras y sus proyecciones son responsabilidad de quien lee, el texto contiene significados y descripciones, nada más. Quien lee, asume una censura, y es su deber calificar de relato o revelación lo siguiente: bebe hijo, como bebe tu padre, qué es sincero sino el fenómeno de la transmisión, la realidad humana de ser para involucrar al otro en su influencia. Vamos, que la belleza es singular, jamás compartida.  El texto continúa con salmos de inclinaciones proféticas que de antemano no determinan un significado exacto. Ciertamente es la consecuencia de una intoxicación, decir que constituyen una revelación divina. Pero el ritual es exacto, las palabras embisten el mundo, lo llenan de tentaciones, lo transforman y lo instrumentan como luz, agonía, fiesta, objetivo, encierro. No habla de peregrinos, permanece aislado de lo absoluto, es menos que una división, pero abre campos extensos con asociaciones virtuosas.
La noche del viejo: el viejo es una figura de poder, una analogía con lo vicioso del círculo. El viejo es antipático, un poder de imagen odiosa y de alienación subjetiva. Se proyecta sobre él un desdén determinante que trasciende cualquier situación, hasta reducirla y destruirla. El viejo, es la patología psicológica, el nihilismo, es la nada, la indiferencia, la mierda. Exactamente al contrario, existe, según el papiro, lo puro posible, lo potable bello, lo concebible fértil, y es considerado lo imaginario.

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